Varios clientes pasan junto a televisores a la venta en Moscú, que transmiten la sesión telefónica anual del primer ministro ruso, Vladimir Putin, en la que se comunica con el público.
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Ramón A. Mestre
Más que un acertijo envuelto en enigmas, como advirtió Sir Winston Churchill, la Rusia actual es un siniestro desmadre carente de misterios. En el reino de Vladimir Putin no hay enigmas. Hay corrupción rampante y un autoritarismo travestido, disfrazado de régimen democrático. En él descuellan los incondicionales de Putin, los apparatchiks millonarios, antiguos oficiales del KGB y gángsters de cuello blanco enriquecidos por el boom petrolero y el saqueo privatizador .
Putin ha creado un despotismo posimperial financiado por las ventas de crudo y gas natural, un sistema autoritario cargado de resentimiento y sospechas hacia occidente, sobre todo los Estados Unidos. La mezcla de autocracia prepotente y democracia al estilo del viejo PRI mexicano. Lleva más de una década vendiéndoles a los rusos la necesidad de sacrificar sus libertades a cambio de una falsa estabilidad que contrasta con el caos empobrecedor de la década de los noventa.
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