Tambores de tragedia en Haití
Abel Ibarra
Hay países que parecieran ser aliados eternos de la tragedia. La primera noticia que tuve de Haití (aparte de los asuntos de Simón Bolívar con Pétion), me llegó a través de una carta que leía mi amigo de la adolescencia Charles Dennery, en la que sus familiares le contaban los pormenores de la vida aciaga en la isla caribeña de aquellos tiempos, hace casi cuarenta años.
En el barrio había solamente dos personas amañadas a los idiomas: un polaco que hacía las veces de fotógrafo (que seguramente hablaba perfectamente el polaco), pero cuyo español era bastante exiguo y, cuando saludaba a los muchachos que aprendíamos a ahorrar tiempo haciéndole compañía a los postes de las esquinas, sólo se contentaba con un breve pero sonoro chasquido de su lengua, más cercano al click de la cámara que a la voz que nunca le escuchamos
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