
La cumbre del calipso
MOISÉS NAÍM
MOISÉS NAÍM
El cambio de la política de Estados Unidos hacia Cuba no es ni lo más sorprendente ni lo más importante de la V Cumbre de las Américas. Esto iba a suceder aunque la cumbre no hubiese tenido lugar. De hecho, tal como lo anticipé en estas páginas hace más de un mes (ver Raúl Castro en la Casa Blanca), la liberalización de la política de EE UU hacia Cuba es un proceso ya en marcha y que poco tiene que ver con la reunión en Trinidad y Tobago. Lo más importante y menos discutido de esta cumbre son las profundas divergencias políticas que hoy separan a los Gobiernos latinoamericanos.
A pesar de los discursos y los abrazos, el continente está dividido en dos grandes bloques
Un dato revelador acerca de la V Cumbre de las Américas es que ningún país quería ser la sede de esta reunión. Una de las pocas decisiones concretas que se toman en estos cónclaves presidenciales es dónde van a reunirse de nuevo. Pero hasta esta decisión resultó ser demasiado exigente para los Gobiernos que en 2005 participaron en la tumultuosa IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata (Argentina). Nadie se ofreció a hospedar la siguiente reunión y sólo después de un complicado proceso de consultas y negociaciones, el Gobierno de Trinidad y Tobago accedió a invitar a los 34 mandatarios del continente a reunirse en su capital. Y así llegamos a la cumbre del calipso, el espectáculo de contorsiones retóricas al son de las maravillosas steel bands del Caribe inglés.