
Corín Tellado, manes y desmanes de una pornógrafa
Abel Ibarra
La noticia dice que falleció en España Corín Tellado, la conocida autora de novelas rosa que, según el libro Guiness, son las más leídas después de la Biblia y El Quijote. Sorprendente el dato y sorprendente la capacidad de escribir de esta señora, quien decía que cada día producía al menos diez páginas de las noveletas que le dieron la vuelta al mundo.
Se habla de la publicación de más de cuatro mil títulos, cifra que dejaría boquiabierto al mismísimo Balzac, uno de los más prolíficos e incansables escritores de la historia, cuya obra máxima fue la publicación de una serie de casi cien novelas, además de obras de teatro y su inmortal “La Comedia Humana”, un descarnado documento que narra la vida de Francia a la caída de Napoleón en 1815.
Pero hay diferencias notables. Cada novela de Balzac, quien trabajaba hasta dieciséis horas diarias, incluso, pocos días antes de su muerte luego de una fuerte recaída de salud, no bajaba de las seiscientas páginas y, en éstas, la vida trascurre a todo riesgo, sin almibaramientos retóricos, con su doble cara de fiesta y de tragedia. No es poca cosa. La literatura no es el afán por ponerle un disfraz de palabras a las cosas que ocurren cotidianamente, quitándoles lo que tienen de fatal, en el sentido del “fatum” griego, es decir, el destino. Por el contrario, la escritura, cuando se asume con un sentido creador y desafiante de lo convencional, se convierte en un cuchillo para penetrar en la vida hasta sus entrañas, en busca de lo que le da sentido a esa condición humana a la cual se refería Balzac.
Guillermo Cabrera Infante, otro escritor que se las traía en esto de andar tentando al diablo de lo desconocido, escribió un libro de ensayos titulado “O”, en el cual aparece un trabajo que tiene por título: “Corín Tellado, manes y desmanes de una pornógrafa”. Sin el odio que destilan algunos escritores contra los autores de culebrones, Cabrera Infante desmontó el andamiaje retórico de una fotonovela de la diva del folletín: Una muchacha se disfraza de marinero para llamar la atención del galán que la ignora. El galán se embelesa con aquel resplandor ambiguo. Lo persigue hasta un baño. A través del ojo de la cerradura lo ve desprenderse de sus ropas y queda prendado de la escultural figura. La entrega es frenética y surge el amor travestí como sustento del morbo que animó la construcción de la historieta.
En el caso de Corín Tellado, sus folletines, muchos de ellos ilustrados con fotografías, no pasarían, a lo sumo, de las 30 páginas, con lo cual podría culminar una historieta cada tres días, para ser exhibida en kioscos y puestos de revista (cosa notable de por sí), motivando su venta con el corolario de “inédita”.
De la pornógrafa de marras me queda un recuerdo de los años finales de la adolescencia. Mi novia de aquella época era lectora acuciosa de sus historias de amor, pero con ninguna de ellas aprendió el difícil arte de colocar los acentos correctamente. Llegó el día de su cumpleaños, me pidió como regalo una fotonovela de Corín Tellado y, con su mala puntería ortográfica, puso el acento donde no iba, diciéndome: eso sí, que sea “inedíta”.
La insolvencia idiomática acabó con el amor.
Abel Ibarra
La noticia dice que falleció en España Corín Tellado, la conocida autora de novelas rosa que, según el libro Guiness, son las más leídas después de la Biblia y El Quijote. Sorprendente el dato y sorprendente la capacidad de escribir de esta señora, quien decía que cada día producía al menos diez páginas de las noveletas que le dieron la vuelta al mundo.
Se habla de la publicación de más de cuatro mil títulos, cifra que dejaría boquiabierto al mismísimo Balzac, uno de los más prolíficos e incansables escritores de la historia, cuya obra máxima fue la publicación de una serie de casi cien novelas, además de obras de teatro y su inmortal “La Comedia Humana”, un descarnado documento que narra la vida de Francia a la caída de Napoleón en 1815.
Pero hay diferencias notables. Cada novela de Balzac, quien trabajaba hasta dieciséis horas diarias, incluso, pocos días antes de su muerte luego de una fuerte recaída de salud, no bajaba de las seiscientas páginas y, en éstas, la vida trascurre a todo riesgo, sin almibaramientos retóricos, con su doble cara de fiesta y de tragedia. No es poca cosa. La literatura no es el afán por ponerle un disfraz de palabras a las cosas que ocurren cotidianamente, quitándoles lo que tienen de fatal, en el sentido del “fatum” griego, es decir, el destino. Por el contrario, la escritura, cuando se asume con un sentido creador y desafiante de lo convencional, se convierte en un cuchillo para penetrar en la vida hasta sus entrañas, en busca de lo que le da sentido a esa condición humana a la cual se refería Balzac.
Guillermo Cabrera Infante, otro escritor que se las traía en esto de andar tentando al diablo de lo desconocido, escribió un libro de ensayos titulado “O”, en el cual aparece un trabajo que tiene por título: “Corín Tellado, manes y desmanes de una pornógrafa”. Sin el odio que destilan algunos escritores contra los autores de culebrones, Cabrera Infante desmontó el andamiaje retórico de una fotonovela de la diva del folletín: Una muchacha se disfraza de marinero para llamar la atención del galán que la ignora. El galán se embelesa con aquel resplandor ambiguo. Lo persigue hasta un baño. A través del ojo de la cerradura lo ve desprenderse de sus ropas y queda prendado de la escultural figura. La entrega es frenética y surge el amor travestí como sustento del morbo que animó la construcción de la historieta.
En el caso de Corín Tellado, sus folletines, muchos de ellos ilustrados con fotografías, no pasarían, a lo sumo, de las 30 páginas, con lo cual podría culminar una historieta cada tres días, para ser exhibida en kioscos y puestos de revista (cosa notable de por sí), motivando su venta con el corolario de “inédita”.
De la pornógrafa de marras me queda un recuerdo de los años finales de la adolescencia. Mi novia de aquella época era lectora acuciosa de sus historias de amor, pero con ninguna de ellas aprendió el difícil arte de colocar los acentos correctamente. Llegó el día de su cumpleaños, me pidió como regalo una fotonovela de Corín Tellado y, con su mala puntería ortográfica, puso el acento donde no iba, diciéndome: eso sí, que sea “inedíta”.
La insolvencia idiomática acabó con el amor.