domingo, 28 de abril de 2013

«Dalí es todavía demasiado moderno»


por VIRGINIA HERNÁNDEZ | Imagen: GIULIO M. PIANTADOSI y RICARDO DOMÍNGUEZ. Edición: ZOE RODRÍGUEZ

                                                  
                                 

El de Figueras se sabía un genio pero trabajó toda su vida para que así se le reconociera. Legó sus obras al estado español tras su muerte con la intención de que las colgaran en el Prado junto a las de Velázquez. La división temporal que hizo que fuera el Reina Sofía quien custodiara a los artistas a partir de la época de Picasso frustró sus planes. «Excéntrico y concéntrico», como se definía él, un crítico de arte, Francisco Calvo Serraller, un artista, José Manuel Ballester, y un cineasta que le conoció, Carlos Saura, nos trazan una figura difícil de encerrar en unas frases.
 
El talento de Salvador Dalí excedió temprano el vallado de la pintura. Lo suyo era asaltar cielos distintos a cada paso: desconcertar, alumbrar del lado del que la luz no llega. Delirar. Era consciente de que la menor manufactura de su talento era él mismo, ese galope de genio incombustible que adornaba su obra plástica, su escritura y, principalmente, la 'performance' inflamable que supo hacer de su vida, de su paso desquiciado por el mundo. Dalí se propuso existir como una explosión de acontecimientos, como galaxias que chocan por dentro de un mismo pecho
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Hay algo de enigma en marcha en este hombre incalculable. Fue la competencia de sí mismo. Nunca se vio mejor su pintura que cuando ya estaba muerto, cuando no se hacía sombra. Y, con el tiempo, Dalí se ha ido descifrando y creciendo primero como pintor, pero sobre todo como escritor

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