Antonio A. Herrera-Vaillant
Álvaro Uribe Vélez le ha metido otro gol a la izquierda cotorrera del mundo. De repente, sin esperar un esperado fallo de la Corte Constitucional, confirma que no irá por un tercer mandato presidencial.
Difícilmente se sabrá si se decidió a última hora o si siempre jugó al suspenso como estrategia calculada. Lo histórico es que lo hizo.
Para la memoria colectiva quedará como uno de los presidentes de mayor impacto positivo y duradero en el desarrollo de su país. Seguirá siendo el individuo con mayor fuerza política en Colombia: y parece haber dado jaque mate a cualquier posibilidad de una oposición difusa, que ahora se queda sin uno de sus argumentos fundamentales.
Quizás Juan Manuel Santos no coseche todos los votos de Uribe, pero es dudoso que la oposición pueda “armar juego” de aquí al 28 de mayo. Es difícil contraponer abstracciones a exitosas políticas de seguridad genuinamente democrática; a probadas ejecutorias que han resucitado toda una autoestima colectiva. Al final, Uribe se gradúa de verdadero estadista, sus políticas se reafirman, y se les tapa la boca a cuantos al Norte y al Sur cuestionaron su vocación democrática.
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