domingo, 19 de agosto de 2012

Chopin era cubano

Carlos Alberto Montaner




 Chopin era cubano. Se lo escuché a Paquito D’Rivera en un extraordinario concierto de Jazz Latino que acaba de dar en el Café Central de Madrid. El pianista, arreglista y compositor Pepe Rivero había transformado los valses y nocturnos del polaco en boleros caribeños y sonaban espléndidamente. Ahí estaban la esencia de Chopin y la cadencia melosa del bolero. No había traición, sino traducción. Tradujo la lengua musical del gran romántico europeo al idioma melódico de los cubanos.

Mozart, en cambio, además de ser el mayor compositor de todos los tiempos, también era, y nadie lo sabía hasta que lo descubrió Paquito, un glorioso negro de New Orleans. Paquito, u otro de sus cómplices porque me confundo en qué hizo quién, transformó el adagio de su concierto para clarinete en un blue melancólico y hermoso que hubiera hecho llorar al maravilloso Luis Armstrong, el mejor cantante de jazz con la peor voz de la historia universal de las cuerdas vocales.

Y “Juanito Sebastiancito Bach”, como le llama Paquito en una cadena de diminutivos (“para que rime conmigo”, suele decir), nunca supo que su música sacra, compuesta en iglesias oscuras para honrar santos y entretener poderosos, originalmente ejecutada en órganos sombríos, serviría para darle vida a los danzones, al cha-cha-cha o al bossa nova.

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