Fue como un cuento. En diciembre de 1989, súbitamente, Vaclav Havel se convirtió en presidente de Checoslovaquia. En pocas semanas, el escritor checo pasó desde de la más absoluta indefensión a la cúspide del poder. Todavía a mediados de noviembre la policía política continuaba aporreando a los disidentes y el Partido Comunista mantenía las riendas del control social.
En la tercera semana de noviembre comenzó la asombrosa Revolución de Terciopelo. Las calles y las plazas se llenaron de miles de personas que, finalmente, se atrevieron a manifestar lo que creían del sistema comunista, pero no se aventuraban a decir: era un tormento horrible que debía terminar cuanto antes. Comenzaron las huelgas. El régimen se desplomó. El comunismo teórico era un disparate. El comunismo real, consecuentemente, se había tornado en una creciente pesadilla. Havel le llamaba “Absurdistán”.