Abel Ibarra
“Amanecí de bala, magníficamente bien, todo arisco”, decía el recordado y queridísimo “Chino” Valera Mora, con quien compartí más de una parranda en los bares de la República del Este, en Sabana Grande, además de un secreto con nombre de mujer.
Yo también amanecí lo mismo por el hecho de que cumplí 58 años (que no se me notan) y las alarmas de mi correo electrónico me mandaron directo a Facebook, donde varios de mis amigos me mandaban las felicitaciones obligatorias: Tania Ruiz desde Caracas, Luisa Teresa Yépez desde París, Isilio Arriaga (Miami) mi hermano Román (San Antonio de los Altos), mi mamá (La Alameda), Luis Vega (Weston) y otros como Alexis Ortiz, a través de llamadas locales, que la gente viajada llama “domésticas” para echárselas de chévere, traduciendo erróneamente los cartelones con la señalización de domestic flights que se leen en los aeropuertos, para diferenciar al “perraje” de los que tienen suficiente dinero para cruzar todos los charcos del mundo.
Celebraciones aparte, encontré una nota de la muy querida Mariahe Pabón en la que hacía una defensa del candidato (ojalá se quede en candidato por el bien de Colombia) Antanas Mockus. Copio al dedillo: “Para los que han querido satanizar a Antana Mockus porque se casó en un circo o se bajó los pantalones ante un auditorio estudiantil desordenado que no le escuchaba, vale la pena leer este retrato íntimo de su familia aparecido en la Revista Jet Set de Colombia. En la foto Adriana su esposa y sus dos hijas Dala y Laima” (fin de la cita).
Aparte de notar que el fenotipo no le es muy favorable a la familia, me llamaron la atención varios asuntos preocupantes: Uno, que ese periodismo fatuo que convierte la vida de la gente en vitrina cuando está en ascenso y estercolero cuando las cosas no le salen del todo bien, ya metió a los Mockus en el “Jet Set” colombiano, como parte de la estrategia frívola de convertir a un excéntrico en candidato presidencial virtual.
Dos, que los latinoamericanos padecemos de un fetichismo a ultranza que nos impulsa a tratar de diferenciarnos del común, apelando a la sacralización de lo banal que, en el caso de Mockus, adquiere ribetes tragicómicos porque se trata de un semi-político (siempre nos da asco la política hasta que un no político como Chávez nos destroce los conceptos) haya basado su ascenso en un historial de majaderías que están bien para un actor, pero no para un candidato presidencial.
Tres, que mi muy querida (no es retórica y sé que soy correspondido) Mariahé, comete un error al invertir los términos de la ecuación diciendo que se quiere “satanizar a Mockus”, cuando en realidad lo que se está es trivializando la importancia de la presidencia de la República de Colombia, magistratura que ha logrado su real valor con la lucha sin descanso que el Álvaro Uribe emprendió con éxito contra cuatro flagelos que tenían a ese admirable país en un barranco: FARC, ELN, Paramilitares y Narcotráfico.
Parece que Mockus lo hizo de manera regular cuando fue alcalde de Bogotá en dos oportunidades, entre otras cosas, colocando mimos y payasos en la esquinas de las calles bogotanas para que conductores y peatones aprendieran a respetar las leyes del tránsito ciudadano.
Me pregunto y le pregunto a Mariahé (en caso de que lo sepa) si ya Mockus habrá entrenado a esos actores para dirigir el tránsito de las FARC, el ELN y los Paramilitares por las selvas de Colombia. Si ya aprendieron cómo le van a decir (con mutismos) a los narcotraficantes, que “eso no se hace”. Y, si para hacer las paces con Chávez, lo va a invitar a una función del circo donde se casó. Besos Mariahé y que Dios nos coja confesaos.
Vale