Cuando salí de mi tierra
Abel Ibarra
“Cuando salí de mi tierra me volví volátil”, le dijo Pedro Pablo Albedo a Ronald García, el día en que entendió lo que es un inmigrante. Que se sintió aéreo, que los huesos se le habían quedado en “Los Rosales”, barrio donde siempre vivió a pesar de haberse mudado varias veces. El lugar se le metió como un gusano en la semilla de la memoria y lo puso a vivir en una vía vegetal desde “Los Jardines de El Valle” hasta “La Alameda”, tras el rumor persistente de los árboles. Pedro Pablo aprendió a vivir con dos patrias: la Avenida Luisa Cáceres de Arismendi, nombre heroico de la Independencia y el número 18, su casa dócil, donde se amanecía con el calor de los abuelos, la danza metálica de los pinos y un resplandor de acacias que mudaban del amarillo al rojo entre sábado y domingo. Bajo su sombra aprendió a jugar béisbol y fútbol callejero con pelotas de goma y potes de cartón lechero, esquivando pescozones patrióticos conque los equipos resolvían sus diferencias bajo el grito de guerra de la calle es libre. Mientras tanto, oía pasar la vida. En la infancia solamente se escucha pasar la vida. Comienzas a verla cuando te toca envejecer.
Abel Ibarra
“Cuando salí de mi tierra me volví volátil”, le dijo Pedro Pablo Albedo a Ronald García, el día en que entendió lo que es un inmigrante. Que se sintió aéreo, que los huesos se le habían quedado en “Los Rosales”, barrio donde siempre vivió a pesar de haberse mudado varias veces. El lugar se le metió como un gusano en la semilla de la memoria y lo puso a vivir en una vía vegetal desde “Los Jardines de El Valle” hasta “La Alameda”, tras el rumor persistente de los árboles. Pedro Pablo aprendió a vivir con dos patrias: la Avenida Luisa Cáceres de Arismendi, nombre heroico de la Independencia y el número 18, su casa dócil, donde se amanecía con el calor de los abuelos, la danza metálica de los pinos y un resplandor de acacias que mudaban del amarillo al rojo entre sábado y domingo. Bajo su sombra aprendió a jugar béisbol y fútbol callejero con pelotas de goma y potes de cartón lechero, esquivando pescozones patrióticos conque los equipos resolvían sus diferencias bajo el grito de guerra de la calle es libre. Mientras tanto, oía pasar la vida. En la infancia solamente se escucha pasar la vida. Comienzas a verla cuando te toca envejecer.
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