jueves, 16 de agosto de 2012

La civilización del espectáculo


                                                   
                                                               Abel Ibarra

 Una de las grandes virtudes de Don Mario Vargas Llosa es que todos sus libros son ambiciosos. Perseguir objetivos que van más allá de los apetitos comunes en un mundo que se contenta sólo con medianías, es de por sí loable, aunque, a veces, el deseo de poner la bala donde se puso el ojo, resulte un desatino que eluda el blanco. Así ocurre, por ejemplo, en “El sueño del celta”, que siendo una novela endeble debido al cúmulo de información biográfica que nubla la fluidez de su lectura y porque repite en cierta medida la ruta literaria del coronel Kurtz en “El corazón de las tinieblas”, de Conrad, termina siendo un libro magnífico por la reivindicación histórica que hace de Roger Casement. El irlandés denunció los desmanes de Leopoldo II en el Gongo Belga y, también, la barbarie desatada por explotadores del caucho en la Amazonia peruana, pero, por un destino tejido entre los equívocos de su impericia política, terminó juzgado por traición a la patria.

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