Jorge Saenz / AP
Américo Martín
Si algo llama la atención en la folclórica política internacional que ha echado raíces en América Latina es el desmelenado rechazo a la “intervención” cuando va contra uno, en pareja con el desopilado respaldo cuando afecta a quien no sea mi aliado. No hay nada semejante en estas malas costumbres a lo que pudiera llamarse “jurisprudencia” administrativa o judicial. Los que protestan con vehemencia por el embargo sobre Cuba –inoperante, por cierto– son los mismos que defienden embargos, expulsiones y formas más directas de intervención en Honduras y ahora en Paraguay.
Saltando de uno al otro extremo despuntan los cuatro socios mayores de la ALBA, con el presidente Chávez a la cabeza. Las decisiones tomadas por la CIDH sobre violaciones de derechos fundamentales en Venezuela, pese a que no se acompañan de medidas materiales, suscitaron el colérico juramento de retirarse de la CIDH y, si fuese necesario, de la OEA. ¡La grosera intervención debe ser rechazada como un solo hombre por la América bolivariana! Agitados, sudorosos, mirando a un lado y al otro, gritan que la han tomado contra Venezuela, sin preguntarse si tienen fundamento las documentadas demandas que dieron base a aquellas inocuas condenas. Prefieren meterlas desordenadamente en el saco de los “atentados gringo-oligárquicos contra la soberanía”, lo cual no impide que aprovecharan esas magulladas instancias, al alimón con abiertas presencias militares, para forzar a las autoridades de Honduras a reinstalar al derrocado presidente Zelaya.
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