Cada vez que la legislatura estatal inicia sus faenas, se me sube el secesionista que llevo dentro, el que se alimenta de la mala leche. El que aboga por una secesión ordenada que transforme a la Florida en dos estados: North Florida y South Florida, como las Dakotas septentrionales. Una península dividida a la mitad por los condados de Pasco, Sumter, Lake, Orange y una parte de Brevard. Así, ellos se quedan con Orlando. Nosotros nos llevamos a Tampa y San Petersburgo.
Mi secesionismo es obra de la conducta malsana de senadores y representantes del norte, el centro y el llamado panhandle, esa franja angosta que colinda con Georgia y Alabama. Pertenecen a un universo paralelo. Suelen depararnos un trato injusto, cargado de miopía y resentimiento. Imponen un desgobierno de minorías, privándonos en Miami-Dade, Broward, Monroe y otros condados sureños de recursos que nos corresponden, negándonos placeres lícitos, sobornando a nuestros representantes, los cuales sacrifican los intereses de sus distritos a cambio de puestos controlados por el partido mayoritario de turno.
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