Daniel Morcate
Les voy a confesar algo. Si yo tuviera 20 años, andaría hace rato armando tabarra con los invasores de Wall Street o metiendo bulla en el Parque José Martí de la Pequeña Habana en solidaridad con ellos. Pero no los tengo. Y ni siquiera he logrado convencer a mi hija, que sí es veinteañera, de que se lance a la calle con un par de pancartas aunque sea después de las horas de universidad y de trabajo. Ya saben, la brecha generacional de la que les he hablado antes en estas páginas. Pero hoy me propongo dejar constancia de mi apoyo matizado al movimiento que nace bajo buenos auspicios, pero que aún podría terminar como el de los indignados del Tea Party, es decir, escupiendo a legisladores afroamericanos en la escalinata del Capitolio, abucheando a candidatos republicanos que muestran compasión hacia los indocumentados y los homosexuales y plegándose a los intereses de una docena de corporaciones.