Abel Ibarra
María Corina Machado tiene buena estrella política pero también varias virtudes que la hacen singular: un claro olfato para dar en el blanco de la oportunidad en su mejor sentido, los riñones donde van a la hora de tomar decisiones sin importarle el riesgo, mesura para dar declaraciones a tono en cada circunstancia, guáramo para soportar las agresiones del chavismo cerril como quedó demostrado en el desfile del 5 de julio y, para rematar, es bien bonita y fresca, cosa que nos alivia de la pesadilla que significa estar viendo todos los días las apariciones de Cilia Flores, Iris Varela, Blanca Ekhout, Eva Golinger, Luisa Ortega Díaz, Tibisay Lucena y pare de contar Brujas de Salem, que parecen nacidas para asustar muchachitos.
Mejor lo dijo mi pana Toby, alias José Rafael Alvarado Ruiz en una nota colgada en Facebook, refiriéndose a la agresión de que fuera objeto la diputada en el Paseo Los Próceres: “El gesto de María Corina de estar presente en un acto que le pertenecía a todos los venezolanos, es una manera de rescatar los espacios que son de todos y que nos hemos dejado secuestrar por la maquinaria del PSUV y el discurso excluyente del gobierno. En vez de irse de puente con su familia estuvo donde tenía que estar, representándonos a quienes ellos no querían que estuviéramos allí”.
Más gallo no canta un canto, porque Toby es un tipo sensible, perspicaz y sin compromisos con nadie que, como muchos venezolanos, anda siempre tentando al diablo de lo desconocido (cosa que en el pasado nos trajo a Chávez) y buscándole las cinco patas al gato (bien bueno si queremos resolver el desastre de este gobierno de doce años) pero siempre actuando con la buena fe que tiene sus altas y sus bajas.
Lo más lastimoso de la agresión cobarde contra María Corina, es que fue hecha con botellas y piedras ocultas tras el anonimato de la muchedumbre, pero encumbrada vilmente sobre el odio que el mandinga barinés (ahora con el rabo entre las piernas) fue sembrando entre los venezolanos con el objeto mezquino de quedarse con el poder para siempre, pero, por razones de la fatalidad, ahora convertido en sobreviviente que se aferra a las tablas de un naufragio.
Chávez anda tratando de calafatear el barco vuelto trizas por su ineptitud, su marxismo trasnochado y su sumisión al barbas caribeño, con la brea de un discurso anclado en una retórica engañosa que trata de imitar a nuestros héroes de la Independencia, pero, a pesar suyo, lastimero y contrito, con el cual anda implorando secretamente el perdón porque sabe, en el fondo de sí mismo, que no es tan prócer como se nos vendió.
María Corina es el lado luminoso de este episodio que, afortunadamente, no terminó en tragedia porque unos militares decentes (los hay bastantes a pesar de los agoreros) se interpusieron entre las piedras y la muchacha bonita, que conquistó a un gentío en la tribuna donde estuvo cuando tenía que estar.
Ojalá Chávez no la coja con ellos y los militares que la protegieron. Amén.