El reciente viaje de Hillary Clinton a América Latina no fue lo que ella esperaba. La secretaria de Estado de EE.UU. no logró que Brasil apoyara las sanciones contra Irán por sus esfuerzos en desarrollar su poder nuclear. Tampoco pudo persuadir a los países latinoamericanos que se opusieron al golpe militar de Honduras para que reanudaran sus relaciones con el gobierno recientemente electo en esa nación. Y la ausencia de anuncios sobre una nueva y mayor iniciativa estadounidense enfocada en la región desilusionó a muchos latinoamericanos.
La respuesta poco entusiasta de América Latina a las iniciativas de Clinton no es sorprendente. La participación del presidente Barak Obama en la Cumbre de las Américas el año pasado elevó las expectativas de que discontinuaría las políticas de sus predecesores, terminaría con la presunta negligencia de parte de Washington hacia la región y apoyaría soluciones multilaterales a los problemas del hemisferio.
Aparentemente, muchos gobiernos latinoamericanos interpretaron el abrazo de Obama al multilateralismo como una promesa por parte de Washington a apoyar el consenso latinoamericano en los temas regionales. Se equivocaron. Estados Unidos continuó con el embargo contra Cuba, llegó a un acuerdo con Colombia paras usar bases militares para sus políticas antidrogas, y, después de unirse a las críticas latinoamericanas al golpe militar de Honduras, revirtió su posición, reconoció a su nuevo presidente y restableció la ayuda económica de Estados Unidos.
Pero esta desilusión no es la única explicación para las dificultades con que se topó la secretaria de Estado de Estados Unidos durante su visita. También es importante el hecho de que en gran parte de la región Estados Unidos es visto cada vez más como un poder global en declive, una creencia que está llevando a muchos gobiernos latinoamericanos a desafiar la autoridad estadounidense y a distanciarse de Washington mientras se acercan a países que clasifican como poderes emergentes, como China, India y Rusia. El creciente rol enérgico que ha estado jugando Brasil en la región y el mundo, refleja su pertenencia a este grupo de países. Hay varios problemas con las visiones que existen en América Latina de sí misma y de Estados Unidos. Primero, aunque la economía estadounidense constituye hoy una parte más pequeña de la economía global, junto con Canadá representa el 90% de la economía del hemisferio. Por eso, los esfuerzos de América Latina por distanciarse de Estados Unidos (y de Canadá), formando nuevas organizaciones regionales que lo excluyen, por ejemplo, dañarán más a la propia región que a su vecino del norte. En momentos en que la competitividad de América Latina continúa en declive vis a vis otras regiones del mundo, es difícil entender cómo autodistanciarse de la mayor economía del globo puede ser bueno. Segundo, los beneficios económicos cosechados por el boom exportador sudamericano, salvo contadas excepciones, no han sido aprovechados para modernizar las economías. Esto limitará la futura influencia de la región en el mundo. Tercero, el hecho de que los países latinoamericanos votan de una manera semejante en sus organizaciones regionales – especialmente cuando hay involucradas críticas a Estados Unidos– no cambia el hecho de que la región está seriamente dividida en dos grupos: los países del ALBA, liderados por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez y las democracias basadas en los mercados. Ambos disienten en sus políticas internas, focos internacionales y la estrategia de desarrollo económico. Brasil, que para muchos debería ser el líder de este grupo, ha escogido una posición para no perder influencia en ninguno de los dos: obtener beneficios de ambos.
En su elocuente discurso de despedida, en la última cumbre de Cancún, el presidente de Costa Rica, Óscar Arias, habló de esto. Dijo que “a pesar de los discursos y los aplausos”, América Latina “ha avanzado poco en las últimas décadas”, y que en ciertas áreas la región ha retrocedido, corriendo el riesgo de hacer crecer “su insólita colección de generaciones perdidas”, desperdiciado oportunidades deavanzar. Criticó los fracasos en construir instituciones democráticas, en fortalecer el cumplimiento de la ley y combatir la “pobreza, la ignorancia y la inseguridad ciudadana”, y cuestionó su atracción a los demagogos populistas. También dijo que los latinoamericanos deben dejar de jugar el rol de víctimas y dejar de quejarse de la pobreza mientras gastan miles de millones de dólares en su carrera armamentista.
Quizá las elecciones presidenciales en Uruguay, Chile y Costa Rica, así como la disminución en la suerte de Hugo Chávez, moverán a la región más cerca de los deseos de Arias en torno a la democracia, el desarrollo y la paz. Sin embargo, para ello se necesitan más personas como el presidente Arias, que muestra voluntad de hablar honestamente acerca de lo que realmente ocurre en América Latina.