Por: Thor Halvorssen
Cuando José Vicente Rangel anuncia con descaro un autogolpe chavista, y amenaza a los opositores con reducirlos a la “oscuridad”, hay que hacerle caso. Después de todo manipulador él es el Rasputín de Chávez, a la vez el incondicional más abyecto y el más sórdido, de la estulticia del teniente coronel golpista.
Rangel sabe dos cosas, la primera es que después de acaparar todo el poder político, económico y represivo, y después de gastar más de 900 mil millones de dólares en una década, el balance de la gestión chavista es ruinoso por dondequiera que se le mire.
La segunda es que la corrupción, desabastecimiento, colapso de los servicios públicos (agua, electricidad, basura), unidas a la virulencia del discurso y la siembra de odios, ha venido mermando de manera consistente la popularidad que en un principio tuvo Chávez.
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