Cuando los autócratas temen una crisis, a lo primero que atinan es a maniatar a medios de comunicación y periodistas; pero estos premeditados apagones informativos suelen desencadenar mayores conflictos, con desenlaces no deseados.
La caída de los presidentes de Túnez y Egipto, y la suerte del régimen libio de Moamar el Kadafi, son la evidencia. Censurar a los medios y al internet o crear zonas de exclusión para prohibir el trabajo de los periodistas extranjeros, no les garantiza a los gobiernos que puedan continuar indefinidamente con sus políticas autoritarias.
La censura es una medida a corto plazo, porque la información siempre termina por filtrarse e imponerse. Por más que las noticias sean negativas, cuando fluyen, como ocurre en Libia, pueden incluso beneficiar al régimen. En este caso, EEUU, la OTAN y la Comunidad Europea no intervienen militarmente no porque no puedan o Rusia y China se opongan, sino porque están midiendo las posibles reacciones negativas de una opinión pública internacional informada y vigilante.
De todos modos, los gobiernos despóticos creen en la salvaguarda de la censura y que los corresponsales extranjeros son su mayor amenaza. Por eso les prohíben cubrir informaciones que consideran sensibles o los agreden, encarcelan, vigilan, les niegan las acreditaciones, retiran sus visas de trabajo o los expulsan.
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