lunes, 14 de marzo de 2011

Cine

By EDUARDO J. PADRON

En poco menos de 72 horas conoceremos cuáles son los filmes ganadores de la vigésimo octava edición del Festival Internacional de Cine de Miami. La ciudad sigue inmersa en la magia insustituible del séptimo arte. De hecho, desde el pasado 4 de marzo, cuando abrimos el evento con Chico & Rita, esa encantadora historia de música y cubanidad imaginada por los españoles Fernando Trueba y Javier Mariscal, somos la capital del cine mundial.

¿Quién no tiene una o varias películas en la memoria sentimental que se recuerdan, precisamente, por algo ocurrido en la vida: un mal o un bien de amores; la pérdida o nacimiento de un ser querido; una tonada inolvidable. En la magia de la sala oscura se comparte la risa y el llanto, tal vez en uno de los últimos eventos gregarios que convoca la sociedad moderna donde la tecnología nos une de modo virtual pero nos mantiene distantes en nuestras individualidades.

El cine se ha diversificado para sobrevivir pues son muchas las tentaciones del mundo audiovisual contemporáneo. Ahora asoma hasta en las diminutas pantallas telefónicas, lo cual puede resultar en el orden referencial informativo pero nunca para el disfrute de cómo fue concebido el arte de la gran pantalla, donde las imágenes son más vastas que la realidad misma y nos seducen como pocas manifestaciones de la cultura.

Sin embargo, lo que parece no haber cambiado, en esencia, es el cinéfilo. Esa persona empeñada que no soporta quedarse atrás con respecto a un estreno interesante y que, por supuesto, en tiempo de festival se siente como en la gloria. Con esos, sin duda, seguimos contando en el evento. De hecho, sin ellos, el Miami Dade College no pudiera responsabilizarse con tan magna tarea cultural que en buena medida depende de un ejército de voluntarios y de leales patrocinadores que conocen de la importancia del arte para el desarrollo

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