El presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, republicano por Ohio, sale de una sesión sobre estrategias económicas con el liderazgo del Partido Republicano, en Washington, el pasado día 5.
J. Scott Applewhite / AP
Armando González
Al comenzar a trabajar en esta columna me enfrenté, una vez más, al dilema clásico de un columnista: cómo presentar un tema complicado en 750 palabras. ¿Podrán, la mayoría de los lectores, entender a cabalidad la magnitud del problema que estoy tratando de explicar? El llamado “Precipicio Fiscal”, bautizado por Ben Bernanke, el presidente del Banco de la Reserva Federal (el banco central de Estados Unidos), es uno de esos problemas que, ya de por sí, es suficientemente complicado pero cuya explicación se hace aún más complicada dado el número de escritores que, estoy seguro con las mejores intenciones, insisten en “explicarlo” pero, en realidad, están “peleando fuera de su peso”, como decíamos en Cuba.
En medio de este torbellino de opiniones, hay una serie de hechos que vale la pena tener en cuenta. Primeramente, el melodramático llamado a “aumentarles los impuestos a los ricos” resultaría en apenas un arañazo a los problemas fiscales del gobierno federal. Aumentar los impuestos al 2 por ciento de los contribuyentes generaría apenas suficiente para cubrir los gastos federales por 10 días. ¿Y qué haría Washington para cubrir los otros 355 días?
Toda la angustia política y el melodrama moral de hacer que “los ricos” paguen “ a fair share” (una porción equitativa) de sus ingresos es una gran charada, un gran acertijo. Esto no es un asunto de economía, es un asunto de política. Aumentarles los impuestos a “los ricos” busca aplausos políticos pero, económicamente, es una gota en el tanque comparado con los déficits sin precedentes de la
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