Bernadette Pardo
bpardollada@yahoo.com
El fin del mundo en Connecticut llegó justamente una semana y un día antes de lo previsto en el calendario de los Mayas. Ocurrió una fría mañana de diciembre cuando una figura apocalíptica, armada para el Armagedón destruyó en menos de tres minutos el mundo idílico de la escuela elemental en el pueblo perfecto.
Como era inevitable la procesión de ataúdes ha desatado la guerra civil entre los que abogan por un más estricto control de armas y los que insisten en que hay que poner más armas en la calles, incluso dando rifles a maestros y por qué no a estudiantes en escuelas y universidades.
No hay soluciones sencillas para problemas complejos, así se puede leer en un imán que hace tiempo pegué en mi nevera para recordarme la complejidad del mundo en que vivimos. Sin embargo, no hay que ser un genio para entender que la posesión de armas capaces de acribillar a docenas de personas en menos de tres minutos no es un derecho individual inalienable sino una amenaza pública que requiere respuestas contundentes.
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