miércoles, 21 de noviembre de 2012

El poder de la gratitud en Thanksgiving


                                                 
Daniel Shoer Roth
dshoer@elnuevoherald.com

En estos tiempos, irremediablemente, hasta las fiestas nacionales han caído presa de la vorágine del consumismo.
 
En el Día de la Recordación, los asados sustituyen las visitas solemnes a las tumbas de los militares caídos. En el Día de la Independencia, la mayor atracción son los fuegos artificiales, no la historia ni los padres fundadores de la patria. En el Día del Trabajador no honramos los derechos de los empleados, sino que salimos de viaje. Y el Día de Navidad, al igual que fechas importantes en el calendario de otras religiones, se ha convertido para algunas familias en una entrega de regalos.
 
Pero el Día de Acción de Gracias ha logrado esquivar la corriente materialista para mantenerse fiel a su espíritu original, aunque algunas cadenas de tiendas tal vez intenten sabotear su esencia. La supervivencia de su autenticidad va más allá de pisar las mismas huellas que los pobladores de la Colonia de Plymouth dejaron atrás.
 
La razón es que no hay nadie, por más infeliz y pesimista que sea, que no haya podido experimentar en algún momento del año una de las emociones más comunes entre los seres humanos: gratitud. Y es que ni los asados ni los fuegos artificiales ni los viajes ni los regalos pueden disfrutarse a plenitud sin sentir agradecimiento.
 
Ser agradecido es hacer un alto en el pedregoso sendero del diario vivir para identificar y estar consciente de los regalos y las bendiciones que recibimos del universo. Es el antidepresivo natural para manejar, y hasta superar, cualquier problema que nos perturba en cualquier momento. La gratitud

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