Abel Ibarra
Aparte de ser el título de un libro de Alexis de Tocqueville, Democracia en América es un axioma que señala la esencia cultural, es decir, la manera cómo se existe, en este país generoso pero competitivo que escogimos para vivir. ¿Por qué? Hay muchas razones, pero nos contentamos por el momento con lo que dijeron próceres y poetas cuando le pusieron pulmón igualitario a este territorio que nació entre sueños que sangran. Próceres y poetas se igualan cuando pugnan por el mismo espíritu libertario que convierten en acto plural, para que la gente camine por calles de una raigambre comunitaria. Los padres fundadores (la lista es larga) se metieron entre pecho y espalda, alma y corazón, el terco argumento del bienestar común y los poetas le pusieron la música de las palabras para que sonara bien en los oídos de todos.
Aun con la pesadilla de la Guerra Civil sobre sus párpados, Abraham Lincoln dijo que el asunto debía ser “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, y, Rubén Darío, nuestro príncipe primero, se le iguala al proverbio cuando celebra la democracia en su “Oda a Roosevelt”, con unos versos perennes, para terminar diciendo que “lo demás es tuyo, Walt Whitman”, manera hiperbólica y amable de decir que un hombre es todos los hombres. Sí, cuando el poeta dice “Yo Walt Whitman, un cosmos, el hijo predilecto de Manhattan, me celebro y me canto a mí mismo”, está asumiendo para sí el deseo magnífico de igualarse con cualquier terrícola en un canto que los hace a todos de un mismo “hueso de mis huesos y carne de mi carne”, como lo quería el mejor de nuestros apóstoles, el Cristo permanente.
continua
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