Estamos a un mes de las elecciones presidenciales. Éstas no serán una elección más, sino un momento de gravísima definición para el país, por cuanto la alternativa a resolver es: democracia o totalitarismo.
Como miembro de la Iglesia, sin pretender asumir aquí su vocería oficial –función que toca a la Conferencia Episcopal Venezolana-, quiero sí, con toda seriedad y responsabilidad, hacer pública mi interpretación creyente sobre lo que entiendo es y ha de ser la posición de la Iglesia con respecto al 7-0. Me circunscribo aquí, como es de suponer, a la Iglesia católica, aunque la validez de los argumentos se extienda más allá.
Ante la alternativa puesta para el 7-0 a la Iglesia no le pueden caber dudas. No se justifica un ni-ni.
El 7-0 no plantea simplemente una opción ante modelos políticos diferentes por las soluciones que proponen para determinados problemas importantes y muy importantes del país, como la seguridad y la producción, el empleo y la educación, el petróleo y los servicios. No se trata de escoger, en definitiva, tampoco, entre diferentes posiciones en cuanto a descentralización y política exterior, a controles en materia de medios de comunicación social y de manejos financieros.