domingo, 3 de abril de 2011

Elogio del reportero

Raúl Rivero


A finales del siglo pasado, en una zona cercana a Holguín, amanecieron en un camino real los restos de dos vacas muertas. A media mañana, cuando llegó al sitio un periodista independiente en una bicicleta Niágara y armado con una hoja blanca y un pedazo de lápiz, le salió un policía desde la dispareja pared de una ceiba y le dijo: “Te estaba esperando. Estás preso.”

Así es que las fuerzas del orden no se dedicaban a investigar las posibles huellas de los matarifes. No les interesaba saber quién empuñaba con destreza los cuchillos que dejaron a los animales en los huesos puros y las pieles sombrías. Querían arrestar, amenazar y presionar al reportero para que la noticia no se supiera.

Era, como se ha visto, un episodio aislado e intrascendente, pero en ese tiempo el gobierno estaba empeñado en asfixiar el trabajo de las agencias de noticias, de los grupos de periodistas alternativos, que ya relataban –de San Antonio a Maisí– la realidad que el totalitarismo había ocultado durante años.

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