miércoles, 2 de febrero de 2011

Un país llamado Cavim

ROBERTO GIUSTI 

Los uniformados se han revelado tan incapaces, ávidos e irresponsables como los civiles

Cuando usted entra a un cuartel y de inmediato lo invade la sensación de pulcritud, de higiene rabiosa y de orden vertical, es posible que acuda a su memoria aquella tradición de recibir a "los nuevos" con bautismo humillantes como limpiar el piso del baño con un cepillo de dientes y otras tantas pequeñas y grandes miserias de la disciplina castrense que Vargas Llosa recogió en su "La ciudad y los perros", luego ceremoniosamente incinerado en los patios del Colegio Leoncio Prado, en el Perú. 

La grama milimétricamente recortada, piedras y árboles pintados de blanco, pasillos relucientes, despachos impecablemente ordenados, oficiales de uniforme perfectamente planchado que se sientan ante escritorios generalmente vacíos, derrochan orden, pulcritud y corrección. Lo mismo ocurre en los hangares donde cañones, tanques y demás artilugios bélicos brillan de limpios, prestos a la exhibición, aunque a veces se queden varados en el desfile del 5 de julio.

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