Uno tiene que hacer acopio de toda su convicción democrática para controlar la indignación, cuando constata que el agricultor Franklin Brito, al cual el gobierno le arrebató su granja, se está muriendo por el ensañamiento de Hugo Chávez; cuando ve a unos esbirros del teniente coronel golpista, conducir esposada como si fuera una delincuente, a la jueza María Lourdes Afiuni, depositaria de la vergüenza que perdió el poder judicial venezolano; y, cuando comprueba que Alejandro Peña Esclusa está preso en Venezuela sin haber cometido ningún delito, sólo porque así lo decidió el aparato de espionaje cubano, el perverso G2.
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