martes, 23 de octubre de 2012

Mons. Agustín Aleido Román



Monseñor Agustín Román en el 2009 celebra una misa en la Ermita de la Caridad del Cobre, un símbolo de fe para los miamenses católicos de todas las nacionalidades. Especial para el Nuevo Herald / Jeffrey M. Boan

Daniel Shoer Roth

                                                       

 Durante los últimos tres meses, he compartido desayuno, almuerzo y cena —¡incluso el ligero dulce de la medianoche!— con un hombre que murió hace medio año.
 
Estando en mi casa y andando por el camino; al acostarme y al levantarme; despierto y dormido; su presencia ha estado conmigo.
 
Tal vez por eso, aunque he permanecido aislado mientras me dedico a la titánica obra de su biografía, no me he sentido solo. En vida, él jamás se sintió solo. Pero cuando Agustín Aleido Román confesó a su padre su vocación sacerdotal a los 16 años, Rosendo puso un poco de resistencia y le advirtió que estaría condenado a la soledad.
 
“Recuerdo que mi padre me decía que la vida de sacerdote era una vida solitaria”, me contó Monseñor Román poco antes de morir el pasado abril. “Pero yo nunca he estado solo; siempre he vivido rodeado de gente que se preocupa por mí”.
 
Aunque su vocación fue temprana, fácil, sin vacilaciones, Aleido —como lo llamaban sus parientes, amigos y maestros en Cuba— no pudo inscribirse en el seminario al graduarse de bachillerato en La Habana, porque debía costear los estudios de su hermano menor, Nivaldo. Fue la única condición impuesta por sus padres antes de responder al llamado del Creador al sacerdocio eterno de Cristo, una invitación a transformar su vida en una continua ofrenda a la raza humana, su patria, la Virgen y Dios.

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 http://www.elnuevoherald.com/2012/10/20/1326513/daniel-shoer-roth-el-padre-aleido.html#storylink=cpy