Paul Ryan ha sido la fulgurante estrella republicana en la convención que acaba de terminar. Lo llaman el nuevo Reagan. Su mentor fue el ya desaparecido Jack Kemp, un ex futbolista que se convirtió en una de las cabezas económicas del Partido Republicano y alguna vez acarició la idea de ser presidente. Ryan juega con la idea de cumplir ese destino, primero como vicepresidente de Romney y luego por su propia cuenta.
De Kemp, de Reagan, y de una vieja tradición política nacional, Ryan sostiene la idea del “excepcionalismo” norteamericano. No quiere que Estados Unidos se parezca a Europa. El planteamiento básico es que el país no debe convertirse en un Estado Benefactor aumentando el gasto público y los impuestos, como supuestamente hacen los europeos, pero tal vez es demasiado tarde.
El gobierno norteamericano consume el 40% del PIB, mientras los países más prósperos de Europa aproximadamente gastan el 50%. (Menos Suiza, uno de los más exitosos, que apenas invierte el 33). Es verdad que los norteamericanos pagan menos impuestos, pero también reciben menos servicios.
La idea de la decadente Europa se trata de un monumental error de percepción. Hay aspectos de la vida europea que superan notablemente a Estados Unidos. La nación, sin duda, tiene el primer ejército del mundo, sus mejores universidades están a la cabeza del planeta, los científicos y técnicos son casi insuperables, y el aparato productivo de la nación es el más denso y sofisticado de cuantos han existido en la historia.
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