Cuando
el inventor sueco Alfredo Bernardo Nóbel creó su ya famoso premio, para
reconocer las mentes más luminosas de la humanidad en cada año, no podía imaginar
que se cometerían injusticias por motivaciones sectarias.
El
premio Nóbel de Literatura, por ejemplo, quedó con la mancha indeleble, de no
haber sido otorgado a uno de los mejores escritores de todos los tiempos, el
argentino Jorge Luis Borges. Eso ocurrió por la desafección de Borges a las
posturas izquierdizantes.
Mientras
que el premio Nóbel de la Paz, vivirá para siempre con la mácula de que nunca
se le entregó al cubano Oswaldo Payá, practicante repetido del amor al prójimo
y los métodos de lucha pacíficos. Payá, católico emblemático de compromiso
vivencial, fue varias veces nominado al Nóbel, pero se lo negaron para no
molestar al régimen de La Habana, muy agresivo y con muchos aliados para atacar
a los que en Oslo conceden tal galardón.
Junto
a Martin Luther King, Andrei Sajarov, Teresa de Calcuta, Lech Walesa, Desmond
Tutú, el Dalai Lama, Nelson Mandela, Shirin Ebadi, Muhammad Yunús, Liu Xiaobo
que ganaron el Nóbel; y otros que no lo ganaron, como los pontífices Juan XXII
y Juan Pablo II, el valeroso Oswaldo Payá, símbolo tranquilo de la lucha contra
la opresión comunista en Cuba, fue uno de los más altos exponentes de la Paz en
el planeta, en el siglo XX y lo que va de XXI.
Y lo que más irrita, es que
los noruegos del Nóbel de la Paz, sin rubor le hayan otorgado el premio a una
impostora como Rigoberta Menchú, o a un sujeto confuso, invertebrado y
gelatinoso como Adolfo Pérez Esquivel, y se lo hayan negado a Payá que, de
tanto amor a la paz, vivió en olor de santidad.