La historia humana civilizada tiene apenas unos pocos siglos. En ese lapso de tiempo la humanidad ha transcurrido por varios tipos de sociedad, comenzando por la más primitiva, apenas saliendo del salvajismo inicial, donde el concepto mismo de sociedad era incipiente y el instinto gregario de sobrevivencia era la abrumadora causa de su origen, hasta llegar a sociedades mucho más complejas, dónde las reglas son extremadamente sofisticadas y el instinto gregario de sobrevivencia es sustituido por leyes y más leyes de cumplimiento obligatorio y fiscalización cotidiana y dónde ya no hay marcha atrás en poder regresar a vivir en otra forma anterior.
El instinto de crear riqueza y atesorarla para sí, para la propia familia y dejarla de herencia a los descendientes nunca ha cesado de estar presente en toda la historia humana. Pero crecientes reglas de convivencia han determinado un perenne juego de “gato y ratón” entre los que logran tener y acumular y las reglas para obligarles a ceder ese patrimonio, conocidas como tasas de impuestos, leyes de traspaso de herencia, y similares categorías.
En la medida que las sociedades crecen y pretenden “nivelar” las condiciones de vida a través de los impuestos directos e indirectos que sirven a los gobernantes para quitarles a unos y darles a otros (lo que se denomina “redistribución”) ese comportamiento de “gato y ratón” entre los colectores de impuestos y los ciudadanos se agudiza, aunque se hace muy velado. Aquellos tiempos dónde los “colectores” de impuestos andaban con soldados para llegar a las propiedades y por la fuerza llevarse los sacos de grano, las gallinas o las vacas, ahora es sustituido por la declaración, voluntaria y sometida a los reglamentos, que obliga a pagar, no importa las otras necesidades o gastos que estén pendientes y si tienes o no para sufragarlos.
Los partidarios de esa “nivelación” redistribuida de los ingresos quieren más imposiciones. Con ello pueden financiar más gastos públicos, lo que llevará a futuros mayores impuestos…en una sucesiva cadena que no termina nunca. Y cuando no alcanza, pues a imprimir más billetes, con ello le cobran más impuestos de forma subrepticia a todos a los que tienen y a los que no tienen, rebajan el valor real de las propiedades, de las cuentas bancarias, en fin, no se salva nadie pues atacan por la vía fulminante: le quitan valor a los billetes anteriores para “redistribuir” ese valor con los nuevos y llegar a un nuevo “valor”…devaluado secretamente, sin que autoridad alguna lo autorice ni lo fiscalice.
Por ello es tan importante que cada quién comprenda las razones por la que el Gasto Público tiene que ser vigilado y no puede ser aumentado en forma indiscriminada e incesantemente y los impuestos no deben ser aumentados como principio, a menos que circunstancias extremas como una guerra o una calamidad exijan gastos extraordinarios y no previstos. Ese es el peligro del Keynesianismo, tan arraigado en nuestra civilización y cuyas consecuencias empiezan a verse en el largo plazo: la crisis de la deuda después de años de malgasto público; el valor disminuido de la moneda que provoca que cada vez nos alcance menos el dinero que ganamos; la bancarrota de algunos países europeos que han llegado a un nivel de “redistribución” que paraliza el crecimiento y compromete el futuro. Hay que evitar eso a toda costa y parar cuando todavía tenemos frenos.