Abel Ibarra
“Chávez llegó por los votos y saldrá por los votos”, declaró Ramón Guillermo Aveledo, Coordinador de la Mesa de la Unidad Democrática, dando muestras del equilibrio, ponderación y el mejor sentido político, con el cual ha venido ganando espacios la oposición venezolana ante los desafueros del régimen autoritario, chapucero y embaucador, que se encuentra en una peligrosa coyuntura ante la grave enfermedad que padece el otrora Júpiter tonante.
Aparte del abuso y humillación (como reclamó la brava María Corina Machado) que nos impone Chávez firmando despropósitos desde esa Disneylandia harapienta de la izquierda mundial que llaman Cuba, además de las caras largas, insultos y cursilerías que sus alabarderos esgrimen como único argumento para disminuir la gravedad de su salud, fuera de la petulancia de Adán Chávez cuando llama a las armas para conservar el poder y, dando por descontado el llanto de las plañideras contratadas a destajo, esta comedia de las equivocaciones es una máscara que no logra ocultar la verdadera tragedia: Chávez se rodeó de un atajo de inútiles idénticos a sí mismo para tratar de igualarnos a todos a ras de su podredumbre.
Pero no somos iguales, basta escudriñar entre el detritus de opciones que pugnan por la sucesión del trono (digo, por la mala nota), entre ellos, ese engendro gangsterígeno de José Vicente Rangel que exhibe sin pudor su baja ralea cuando dice que Chávez regresará cuando le dé la gana, o el indescifrable Diosdado Cabello quien administra con cuentagotas su cara de yo no fui, el encapuchado Jaua haciendo de muñeco del ventrílocuo sin talento alguno, el propio Adán que parece un Evo barinés sin ángel ni demonio y el fracasado del Freddy Bernal que no logra articular una idea con su lengua mocha, para darnos cuenta de que el PSUV es la expresión de una enfermedad tan nociva como un absceso pélvico.
Y, de este lado del desastre, varios candidatos que han venido de menos a más, aprendiendo de sus errores pero con una experiencia personal ganada a troche y moche del desafío, pujan por conquistar un liderazgo sin apelar al triste expediente del padrinazgo mezquino de un caudillo y contra todas las trampas de un sistema electoral embozalado: Capriles Radonsky, Antonio Ledezma, María Corina Machado, Henry Ramos Allup, Eduardo Fernández, Leopoldo López, Pablo Pérez, Manuel Rosales, Oswaldo Álvarez Paz, a quienes nombro a medida que se me atropellan en la memoria, son, todos, mejores que quienes tratan de medrar en las sombras para imponer sus apetitos macabros.
Las encuestas decían recientemente que “la oposición le gana a Chávez con cualquier candidato” dado el desmadre político y vital que vive Venezuela, pero estamos obligados a escoger el mejor con la misma paciencia, mesura y generosidad, con que la Mesa de la Unidad se ha comportado en este difícil trance que vive Chávez y que puede obligarlo a perder por forfeit, o, al menos, a ponerle la campaña electoral cuesta arriba por las heridas de su operación que tardarán bastante en sanar.
Fue una mala consigna la de “Socialismo, Patria o Muerte”, porque el socialismo fracasó en todos los lugares del orbe, patria no tenemos porque Chávez se la regaló a Fidel y, como última opción, sólo quedó la Parca con su temblor de guadaña que nunca perdona. Pobrecito.