Abel Ibarra
Cuenta nuestro pana Joaquín Pérez Rodríguez, cubano de misa y olla instalado en Miami después de una larga pasantía democrática por Venezuela (o sea, dos veces sobreviviente), que Fidel Castro convocó durante el llamado “período especial” a una reunión de científicos en Cuba, para explicarles que era necesario hacer una manipulación genética en el ganado y crear una vaca tan pequeña que cupiera en el corral de cada casa, pero que produjera tanta leche como una normal, a lo que uno de sus guardaespaldas replicó en murmullos: “ñoo, el comandante acaba de inventar la chiva”.
Lo del “período especial” fue un eufemismo creado para edulcorar la etapa de privaciones (mayor que la instaurada por la Revolución desde sus comienzos) cuando los soviéticos le retiraron la ayuda económica a raíz de la Perestroika y obligaron a la burocracia cubana a crear un recetario con 500 maneras diferentes de cocinar papas, que incluían hasta el postre hecho del pobre tubérculo con la debida precaución de utilizar hasta las conchas, so pena de que cualquier cubano pudiera ser acusado de contrarrevolucionario si malbarataba el nutrimento desechable.
Ambas anécdotas muestran gráfica y famélicamente el fracaso de la Revolución Cubana, que Fidel y sus corifeos en el mundo siempre achacan al bloqueo y a la testarudez norteamericanas, en vez de ver la viga en el propio ojo de una economía dirigida desde el Estado, único empleador y dueño absoluto de todas las empresas que muestran un balance en rojo, a pesar de las ingentes cantidades de dinero que han entrado a la isla como en saco roto por diversas vías.
Si no, pregúntese que ocurrió con la ayuda que la ex Unión Soviética le prestó durante muchos años en cifras que llegaban a los 6 mil millones de dólares anuales, al intercambio comercial que existe con algunos estados de la unión, el suministro petrolero que le llega de Venezuela con 100 mil barriles diarios, las remesas que los cubano-americanos envían a sus familiares en la isla y el comercio abierto con países como México y España.
Pero nosotros le ponemos ingenuamente más filo a la coartada del bloqueo cuando seguimos apoyándolo a pesar de su inutilidad y nos convertimos en corifeos de un fraude con el cual Fidel y los suyos quieren disfrazar su propia perversión, como, por ejemplo, cuando nos oponemos a que hayan sido aprobados los viajes a Cuba desde el Aeropuerto Internacional de Tampa “porque eso favorece a los comunistas”, cuando lo único que va a ayudar es a que los tampeños eviten el viaje a Miami para ir a ver a los suyos, digo, si es que acaso tienen aún ganas de viajar a ese basurero que es Cuba.
Otro de los argumentos es el de los espías que entrarán a los Estados Unidos para socavar la democracia, cuando a éstos les resulta más fácil colarse en el azar programado de los bombos con los que el gobierno rifa la salida del país, quizá sólo para llevarse la tremenda decepción de que la “ropa vieja” de Tampa sabe infinitamente mejor que la ofrecida a los turistas en los “paladares” de La Habana o que los tabacos que hicieron de esta ciudad un emporio económico a comienzos de siglo, son de mejor calidad que los salidos de las manos de los enroladores que trabajan en las destartaladas “tabaquerías cubanas”.
Por ahí andan los espías cubanos tomándose su mojito a orillas de la playa, lavándose la memoria y contentísimos de haber salido de aquel degredo.