Pero el atentado de Tuckson que hirió a la estimable diputada Giffords, reclama un debate de mayor rango y proyección. Se trata de saber si en una sociedad donde la violencia y las armas de fuego son veneradas, en la cual los juegos de video de los niños se regodean en los tiroteos y matanza de gente, y en la que, para no agobiar con más ejemplos, el deporte más popular consiste en caerse a trompadas para dominar un balón y correr bajo acoso con él, si en una sociedad con esas presiones, la Democracia puede sobrevivir a largo plazo. Si todo no puede llegar a terminar en un fascismo postmoderno.
La interrogante se hace más exigente si vemos que, al lado de la relación sensual con la violencia de los ciudadanos, encontramos a unos medios de comunicación social que también se relamen con ella y que, lo más deplorable, han convertido a los escándalos, lo negativo y lo hiperbólico, en valores noticiosos esenciales.