BY SERGIO MUÑOZ BATA
Con la sonrisa en la boca, la cara enmarcada en la ensortijada cabellera, y con el brazo extendido sosteniendo la batuta de conductor al aire, los carteles con el retrato del nuevo conductor de la Filarmónica de Los Angeles, el venezolano Gustavo Dudamel, se multiplican por toda la ciudad. Dudamel, vibrante; Dudamel, pasión; Gustavo, energía, dicen los carteles que le festejan como si se tratara de un artista de Hollywood o de un cantante de rock, pues el joven conductor de música clásica se ha convertido en el nuevo ídolo de esta megalópolis en la que conviven en paz gente de todas las razas y etnias. Debo aclarar, sin embargo, que aunque confieso de entrada que el hecho de que el joven conductor sea venezolano me produce un enorme entusiasmo, también debo admitir que sentí un placer semejante cuando en la misma Disney Hall, la espectacular sala de conciertos construida por el canadiense Frank Gehry, oí por primera vez al finlandés Esa Pekka Salonen. Y me atrevo a imaginar que de haber vivido en Los Angeles en la década de los 30, y de haber tenido la suerte de asistir al primer concierto en que el alemán Otto Klemperer condujo a la misma filarmónica, el placer habría sido semejante.
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