El reino de Hugandia
Por Abel Ibarra
La pesadilla chavista tiene dos aristas francamente insoportables: la ignorancia y la ridiculez. Una a otra se retroalimentan y crean un cortocircuito discursivo que acaba en vulgar y simple cursilería. Ahora nuestro teniente coronel golpista y flatulento, trocado en neoacadémico de la historia, se empeñó en que hay que cambiarle el nombre a Latinoamérica, la misma Iberoamérica de siempre, para despojarla de todo vestigio colonial. Eso de nombrar nuestro subcontinente con la inclusión de los prefijos “latino” o “íbero” supone que aún seguimos inclinando el arco superior de la cerviz ante el Imperio Español, a pesar de la gesta emancipadora que comandó Simón Bolívar; figura que Chávez usufructúa como quien se sirve de un trapo para lavarse la cara de dictadorzuelo e imponernos su megalomanía.
Ahora ha planteado ante un congreso indígena realizado en Venezuela, que este territorio que transcurre desde el sur del Río Grande hasta la Patagonia, debe llamarse Indoamérica para rescatar nuestras raíces indígenas. En su amplia labor académica signada por lecturas inconclusas y “fusilamiento” de prólogos, Chávez olvida que el cognomento “Indio” nació exactamente de una equivocación. Ocurre que los portugueses solían llegar hasta la India haciendo una larga navegación de cabotaje, es decir, siguiendo la ruta de la línea costera africana hasta llegar al continente asiático. Pero Cristóbal Colón, que era un testa dura, se empeño en que ese viaje se podía realizar más rápido si se hacía por occidente. Fue entonces cuando un buen día decidió “poner proa al poniente para buscar el levante”, no sin antes regalarle a su amante portuguesa el dinero que la Reina Isabel le había entregado para premiar al marinero de su tripulación que viese tierra por primera vez (Alexis Márquez Rodríguez dixit).
Un acierto y dos equívocos ocurrieron ese 12 de octubre de 1492 cuando el “Almirante de la Mar Océana” se dio de narices con una isla que los taínos, sus habitantes primigenios, llamaban Guanahaní. El acierto fue que “puso a la tierra a dar vueltas”, como diría Adriano González León. Los equívocos son el comienzo de nuestro desmadre ético y conceptual: Uno, se consumó el primer acto de corrupción administrativa, cuando a Rodrigo de Triana no se le entregó el premio que se merecía cuando gritó “Tierra”. Dos, que Colón, al creer que había llegado a la India, decidió bautizar a los habitantes de este territorio como “Indios”, palabra que da la ilusión de ser absolutamente autóctona, pero que, irremediablemente, fue pronunciada por primera vez por labios “latinos”, es decir, descendientes de los romanos o “íberos”, ergo, los habitantes de la península de donde partió Colón para crear este enredo del cual aún no salimos los l-a-t-i-n-o-a-m-e-r-i-c-a-n-o-s.
La otra cosa es que la presión cotidiana que vive Chávez en su plan de inventar el Socialismo del Siglo XXI sin copiarse la cartilla del Comunismo del XX, le hizo olvidar la menuda pendejada de que nuestro continente, todo, le debe el nombre a otro tozudo navegante llamado Américo Vespucci, quien trabajaba para la corona portuguesa; imperialismo puro pues. Pero resulta que en este asunto de navegantes hay mar de fondo y es aquí donde, la ignorancia, ridiculez y cursilería de Chávez, se transforman en cinismo, malevolencia y perversión. Sucede que recientemente en el país surgió una epidemia de enfermedades que la Cuarta República había logrado erradicar: malaria, paludismo, tuberculosis, fiebre amarilla, parotiditis que afecta, sobre todo, a la población indígena. Por eso el discursito para congraciarse con nuestros indios antes de que las enfermedades los desaparezcan de la faz de la tierra.
Chávez, te tengo una proposición para que salgamos de una vez por todas de la confusión ideológica: aprovechemos las epidemias que están acabando con los hijos de la boca de Colón y terminemos con todo, con Iberoamérica, con Latinoamérica, hagamos borrón y cuenta nueva, aprovechando tus planes expansionistas en el hueco que va a quedar y bauticemos todo con un nuevo nombre: “Hugandia”. Así suena un poco a país africano y le damos un poco de calor de pueblo. Vale.
Por Abel Ibarra
La pesadilla chavista tiene dos aristas francamente insoportables: la ignorancia y la ridiculez. Una a otra se retroalimentan y crean un cortocircuito discursivo que acaba en vulgar y simple cursilería. Ahora nuestro teniente coronel golpista y flatulento, trocado en neoacadémico de la historia, se empeñó en que hay que cambiarle el nombre a Latinoamérica, la misma Iberoamérica de siempre, para despojarla de todo vestigio colonial. Eso de nombrar nuestro subcontinente con la inclusión de los prefijos “latino” o “íbero” supone que aún seguimos inclinando el arco superior de la cerviz ante el Imperio Español, a pesar de la gesta emancipadora que comandó Simón Bolívar; figura que Chávez usufructúa como quien se sirve de un trapo para lavarse la cara de dictadorzuelo e imponernos su megalomanía.
Ahora ha planteado ante un congreso indígena realizado en Venezuela, que este territorio que transcurre desde el sur del Río Grande hasta la Patagonia, debe llamarse Indoamérica para rescatar nuestras raíces indígenas. En su amplia labor académica signada por lecturas inconclusas y “fusilamiento” de prólogos, Chávez olvida que el cognomento “Indio” nació exactamente de una equivocación. Ocurre que los portugueses solían llegar hasta la India haciendo una larga navegación de cabotaje, es decir, siguiendo la ruta de la línea costera africana hasta llegar al continente asiático. Pero Cristóbal Colón, que era un testa dura, se empeño en que ese viaje se podía realizar más rápido si se hacía por occidente. Fue entonces cuando un buen día decidió “poner proa al poniente para buscar el levante”, no sin antes regalarle a su amante portuguesa el dinero que la Reina Isabel le había entregado para premiar al marinero de su tripulación que viese tierra por primera vez (Alexis Márquez Rodríguez dixit).
Un acierto y dos equívocos ocurrieron ese 12 de octubre de 1492 cuando el “Almirante de la Mar Océana” se dio de narices con una isla que los taínos, sus habitantes primigenios, llamaban Guanahaní. El acierto fue que “puso a la tierra a dar vueltas”, como diría Adriano González León. Los equívocos son el comienzo de nuestro desmadre ético y conceptual: Uno, se consumó el primer acto de corrupción administrativa, cuando a Rodrigo de Triana no se le entregó el premio que se merecía cuando gritó “Tierra”. Dos, que Colón, al creer que había llegado a la India, decidió bautizar a los habitantes de este territorio como “Indios”, palabra que da la ilusión de ser absolutamente autóctona, pero que, irremediablemente, fue pronunciada por primera vez por labios “latinos”, es decir, descendientes de los romanos o “íberos”, ergo, los habitantes de la península de donde partió Colón para crear este enredo del cual aún no salimos los l-a-t-i-n-o-a-m-e-r-i-c-a-n-o-s.
La otra cosa es que la presión cotidiana que vive Chávez en su plan de inventar el Socialismo del Siglo XXI sin copiarse la cartilla del Comunismo del XX, le hizo olvidar la menuda pendejada de que nuestro continente, todo, le debe el nombre a otro tozudo navegante llamado Américo Vespucci, quien trabajaba para la corona portuguesa; imperialismo puro pues. Pero resulta que en este asunto de navegantes hay mar de fondo y es aquí donde, la ignorancia, ridiculez y cursilería de Chávez, se transforman en cinismo, malevolencia y perversión. Sucede que recientemente en el país surgió una epidemia de enfermedades que la Cuarta República había logrado erradicar: malaria, paludismo, tuberculosis, fiebre amarilla, parotiditis que afecta, sobre todo, a la población indígena. Por eso el discursito para congraciarse con nuestros indios antes de que las enfermedades los desaparezcan de la faz de la tierra.
Chávez, te tengo una proposición para que salgamos de una vez por todas de la confusión ideológica: aprovechemos las epidemias que están acabando con los hijos de la boca de Colón y terminemos con todo, con Iberoamérica, con Latinoamérica, hagamos borrón y cuenta nueva, aprovechando tus planes expansionistas en el hueco que va a quedar y bauticemos todo con un nuevo nombre: “Hugandia”. Así suena un poco a país africano y le damos un poco de calor de pueblo. Vale.