¿Nacen o se hacen? Paulina Gamus?
“Bien puede haber puñalada sin lisonja, más pocas veces hay lisonja sin puñalada”. Don Francisco de Quevedo Los opositores al gobierno de Hugo Chávez suelen englobar en el calificativo de chavistas a personas que en lo único que coinciden es en su apoyo al presidente pero que difieren en todo lo demás. Una primera clasificación grosso modo podría ser la de chavistas ingenuos y chavistas avispados. En el primer renglón ubicaríamos a todos aquellos que siguen votando por el teniente coronel a pesar de tantos pesares, no dejan de ver “Aló Presidente” (algunos hasta lo graban para volverlo a ver), son capaces de creer aquello de dar la vida por la revolución y seguramente serían de los primeros en ofrendarla. Si uno les pregunta qué beneficios les ha reportado el gobierno de Chávez responderán que ninguno. No ejercen cargos públicos, no reciben beca ni dádiva alguna, no son beneficiarios de las Misiones y muchos ni siquiera compran en Mercal. Sufren –como cualquier opositor- los rigores de la inflación, de la inseguridad personal, de la anarquía en el tráfico y en otras áreas, del deterioro imparable de los servicios de salud y de las epidemias que causa la acumulación de basura, especialmente en los municipios con alcaldes del “proceso”. Su chavismo carece de cualquier explicación lógica por lo que en algunos casos es ideológico pero en la mayoría, patológico. ¿Se cura esa patología? Hay evidencias de curación en un número importante de ex chavistas. Son los que han volteado la tortilla en las encuestas y los que ahora roban horas de sueño al comandante en jefe, supremo, máximo y único. Los avispados son unos especímenes que igual podrían ser adecos, copeyanos, masistas o de cualquier otro partido existente o por existir. Con tal de que esa militancia les reporte beneficios económicos o alguna cuota de poder. Por supuesto que entre ellos hay sub categorías que van desde los más o menos discretos o de bajo perfil, hasta los que no conceden límites a la exposición pública de su adulación y arrastramiento. Estos últimos son casi siempre los conversos temerosos de que aquel que todo lo da y todo lo quita, pueda dudar de su entrega total a la causa de la revolución. Soportan con estoicismo las humillaciones públicas, las patadas por el trasero y todo golpe bajo que provenga del líder del socialismo del siglo XXI. Su obsecuencia los hace tan odiosos para el país no chavista, que temen quedar como almas en pena; verbigracia el diputado Luís Tascón. La pregunta casi obligante es si la indignidad y la desvergüenza de estos rastreros, forma parte de su ADN o si por el contrario es una conducta aprendida. Para tratar de responderla tomaremos el caso de Aristóbulo Istúriz, ex ministro de Educación y actualmente uno de los máximos dirigentes del partido oficialista, PSUV. Lo conocí en 1979 cuando ambos fuimos electos concejales en el entonces Distrito Federal. Yo por Acción Democrática y Aristóbulo por el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP) nacido de una división de Acción Democrática.
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