Obama y el pastor
Abel Ibarra
Fue lamentable el sermón, devenido discurso político, de Jeremiah Wright, pastor de la iglesia del candidato presidencial Barack Hussein Obama.
Lo medular de sus planteamientos es que Hillary Clinton no puede ser presidenta de los Estados Unidos porque no es negra, porque no ha sufrido lo suficiente, como le ha ocurrido a lo largo de la historia a los afrodescendientes como se les llama en el discurso políticamente correcto. Además, según el “speech” incendiario, la señora Clinton tampoco merece la silla presidencial porque es rica.
Y es aquí donde se descubre la punta de un iceberg de complejos que navega en el subconsciente de muchos norteamericanos. Un racismo a la inversa que se manifiesta en el odio de las minorías étnicas hacia la mayoría blanca del país. Y el odio a la riqueza.
Pero lo más grave es que el pastor “matizó” sus diversos sermones con la perla de que no debe ser que “Dios bendiga a América”, sino que la maldiga, con el punto final de que eso está en la Biblia.
Se le enredó el papagayo a Obama, quien respondió ante las exigencias de la prensa, que esas declaraciones no le parecían especialmente controversiales, con lo cual demostró dos cosas: Una, que no está preparado para gobernar a los Estados Unidos dada su impericia en el manejo de asuntos espinosos, a pesar de su carisma y sus dotes de buen orador. Dos, que de llegar a la presidencia, gobernaría bajo el manto del supremacismo negro. O sea, el gusano está en la manzana. El fundamentalismo existe en el corazón del país.
Porque si ese es el “cambio” que propone para enmendar los yerros de la actual gestión, más vale que las cosas se queden como están. De manera que se le desinfló el globo de ensayo que se convirtió en lema de su campaña electoral. Los estrategas de la candidatura de Obama le ordenaron al pastor Wright que se exima de dar declaraciones. Pero ya no es posible recoger el agua derramada.
Lo más grave es que el molesto episodio esté ocurriendo dentro de un partido serio y con gran tradición liberal como el demócrata. Una pelea entre congéneres en la que la señora Clinton ha dado muestras de mayor madurez y hasta de elegancia, al tratar el asunto sin alharacas revanchistas.
Hay algo más que preocupa. Gran cantidad de hispanos (algunos de ellos que también ejercen el racismo a la inversa) se entusiasmó con esa consigna del cambio propuesta por Barack Obama. Ahora se sabe que es sólo eso, una consigna vacía. Pero ha servido de anzuelo publicitario para que algunos hispanos, se plegaran a ella como camarones en la corriente.
En el fondo de todo hay un izquierdismo pueril que rechaza la mano amiga. Es como si el hecho de ser inmigrantes se convirtiera en una vergüenza que se paga con el desprecio y el odio soterrado hacia el país que nos dio cobijo.
De manera que estamos cogidos en una trampa, como dice Elvis Presley en su canción “Mentes suspicaces”, que algunos traducen más bien como “sospechosas”. En un extremo, los supremacistas blancos, los “minute men” cazando mexicanos como conejos, los odiadores de todo lo que huela a inmigrante y, en el otro, los supremacistas negros, opuestos a todo lo que no provenga del golpeado continente africano. Y, en el medio, los latinos caminando en círculos, como en los desiertos.
Los primeros creen que la democracia no es otra cosa que el derecho que tiene el ciudadano al uso de los campos de golf y las tarjetas de crédito; siempre, bajo el culto fetichista al dinero y al afán de acumulación de riqueza.
Los segundos sólo piensan en la revancha como lo evidenció el pastor, Wright, quien perdió la condición de reverendo por haber cometido el pecado capital de la ira. A Obama se le deshizo la costura de su discurso. Y los hispanos debemos estar mosca para no caer en las redes de la ilusión, ni dejarnos seducir por cantos de sirena.
Abel Ibarra
Fue lamentable el sermón, devenido discurso político, de Jeremiah Wright, pastor de la iglesia del candidato presidencial Barack Hussein Obama.
Lo medular de sus planteamientos es que Hillary Clinton no puede ser presidenta de los Estados Unidos porque no es negra, porque no ha sufrido lo suficiente, como le ha ocurrido a lo largo de la historia a los afrodescendientes como se les llama en el discurso políticamente correcto. Además, según el “speech” incendiario, la señora Clinton tampoco merece la silla presidencial porque es rica.
Y es aquí donde se descubre la punta de un iceberg de complejos que navega en el subconsciente de muchos norteamericanos. Un racismo a la inversa que se manifiesta en el odio de las minorías étnicas hacia la mayoría blanca del país. Y el odio a la riqueza.
Pero lo más grave es que el pastor “matizó” sus diversos sermones con la perla de que no debe ser que “Dios bendiga a América”, sino que la maldiga, con el punto final de que eso está en la Biblia.
Se le enredó el papagayo a Obama, quien respondió ante las exigencias de la prensa, que esas declaraciones no le parecían especialmente controversiales, con lo cual demostró dos cosas: Una, que no está preparado para gobernar a los Estados Unidos dada su impericia en el manejo de asuntos espinosos, a pesar de su carisma y sus dotes de buen orador. Dos, que de llegar a la presidencia, gobernaría bajo el manto del supremacismo negro. O sea, el gusano está en la manzana. El fundamentalismo existe en el corazón del país.
Porque si ese es el “cambio” que propone para enmendar los yerros de la actual gestión, más vale que las cosas se queden como están. De manera que se le desinfló el globo de ensayo que se convirtió en lema de su campaña electoral. Los estrategas de la candidatura de Obama le ordenaron al pastor Wright que se exima de dar declaraciones. Pero ya no es posible recoger el agua derramada.
Lo más grave es que el molesto episodio esté ocurriendo dentro de un partido serio y con gran tradición liberal como el demócrata. Una pelea entre congéneres en la que la señora Clinton ha dado muestras de mayor madurez y hasta de elegancia, al tratar el asunto sin alharacas revanchistas.
Hay algo más que preocupa. Gran cantidad de hispanos (algunos de ellos que también ejercen el racismo a la inversa) se entusiasmó con esa consigna del cambio propuesta por Barack Obama. Ahora se sabe que es sólo eso, una consigna vacía. Pero ha servido de anzuelo publicitario para que algunos hispanos, se plegaran a ella como camarones en la corriente.
En el fondo de todo hay un izquierdismo pueril que rechaza la mano amiga. Es como si el hecho de ser inmigrantes se convirtiera en una vergüenza que se paga con el desprecio y el odio soterrado hacia el país que nos dio cobijo.
De manera que estamos cogidos en una trampa, como dice Elvis Presley en su canción “Mentes suspicaces”, que algunos traducen más bien como “sospechosas”. En un extremo, los supremacistas blancos, los “minute men” cazando mexicanos como conejos, los odiadores de todo lo que huela a inmigrante y, en el otro, los supremacistas negros, opuestos a todo lo que no provenga del golpeado continente africano. Y, en el medio, los latinos caminando en círculos, como en los desiertos.
Los primeros creen que la democracia no es otra cosa que el derecho que tiene el ciudadano al uso de los campos de golf y las tarjetas de crédito; siempre, bajo el culto fetichista al dinero y al afán de acumulación de riqueza.
Los segundos sólo piensan en la revancha como lo evidenció el pastor, Wright, quien perdió la condición de reverendo por haber cometido el pecado capital de la ira. A Obama se le deshizo la costura de su discurso. Y los hispanos debemos estar mosca para no caer en las redes de la ilusión, ni dejarnos seducir por cantos de sirena.