
Ante el Cristo de la Buena Muerte
Por José María Pemán
¡Cristo de la Buena Muerte, el de la faz amorosa, tronchada, como una rosa, sobre el blanco cuerpo inerte que en el madero reposa!¿Quién pudo de esa manera darte esta noble y severa majestad, llena de calma?¡No fue una mano, fue un alma la que talló la madera!Fue, Señor, que el que tallaba, tu figura, con tal celo y con tal ansia te amaba, que, a fuerza de amor, llevaba dentro del alma el modelo.Fue que al tallarte sentía un ansia tan verdadera que en arrobos le sumía, y cuajaba en la madera lo que en arrobos veía.Fue que, ese rostro, Señor, y esa ternura al tallarte, y esa expresión de dolor, más que milagros del arte, fueron milagros de amor.Fue, en fin, que ya no pudieron sus manos llegar a tanto, y desmayadas cayeron...¡Y los ángeles te hicieron con sus manos mientras tanto!*** Por eso a tus pies postrado; por tus dolores herido de un dolor desconsolado; ante tu imagen vencido y ante tu Cruz humillado, siento unas ansias fogosas, de abrazarte y bendecirte: y ante tus Plantas piadosas quiero decirte mil cosas que no sé cómo decirte...¡Frente, que herida de amor, te rindes de sufrimientos sobre el pecho del Señor, como los lirios que, en flor, tronchan, al paso, los vientos! ¡Brazos rígidos y yertos, por tres garfios traspasados, que aquí estáis, por mis pecados, para recibirme, abiertos; para esperarme, clavados.
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