viernes, 25 de enero de 2008

El Mercado: Arbitro supremo del crecimiento y el desarrollo


El Mercado: Arbitro supremo del crecimiento y el desarrollo


Hace unas horas que terminó con todo éxito la “CES” en Las Vegas, Nevada. Esta importante actividad marca siempre el inicio del año calendario de promoción para los productores, los distribuidores, los detallistas y los consumidores de los de productos de consumo electrónico (CES es una Feria internacional producida por la Asociación de la Electrónica de Bienes de Consumo, cuya página Web que muestra todo su contenido, pueden acceder y revisar directamente en http://www.cesweb.org/default.asp ) y a dónde el mundo entero, sin restricción alguna, tiene acceso para saber lo que se desarrolla y será puesto en el mercado en el transcurso del futuro inmediato.
La diferencia entre esta industria, totalmente guiada por el mercado y sus consumidores con otras dónde hay “reguladores” de lo que “se debe” y “no se debe” producir e “interpretes” que deciden qué es bueno o malo para los consumidores, es una clara y transparente muestra de lo impetuosamente productivo, progresista e inigualable que es el mercado.
Desde los años 70 que salió al mercado la primera computadora, el desarrollo de esa tecnología no conoce límites.
- Primero, los procesadores, que de unos miles de transistores ahora tienen billones e incluso ya los hay con doble y cuádruple núcleo (quiere decir que un procesador en realidad contiene internamente dos o cuatro unidades, que en paralelo procesan las operaciones, permitiendo acelerar los cálculos en forma exponencial sin tener que aumentar la velocidad misma de esos cálculos, lo que evita calentamiento por fricción de los electrones a velocidades extremas y otros complicados problemas).
- En segundo lugar, lo que está alrededor “complementando” esa capacidad central de procesamiento (memorias, camino o “bus” de datos, estructura de capas de los componentes para hacer más inmediata la comunicación entre ellos, etc. etc.)
- En tercer lugar el desarrollo de las aplicaciones, los lenguajes, las comunicaciones y sus derivados cómo el teléfono, el internet, la comunicación inalámbrica, la utilización de aparatos para producir, grabar y reproducir imágenes, voz, datos, etc. etc. Y de ahí en adelante las “variaciones” individuales de todo lo que la humanidad tenía anteriormente, ahora en forma digital.
La revolución que ello ha provocado en la vida humana, en la forma de trabajar y consumir, en la medicina, en el entretenimiento, en la construcción, en los servicios sociales, en la administración, en fin, en todos y cada uno de los aspectos que existían hasta ahora, más muchos nuevos, con formas y contenidos que no se podían siquiera imaginar y que ahora existen y se desarrollan continuamente.
¿Cuál es la diferencia con otras ramas? El absoluto y total predominio de la libertad económica en este desarrollo. La ausencia de “árbitros” y “gurús” que impongan criterios ajenos a los del mercado. Y no es que no existan regulaciones. Las hay, y bien complicadas. Pero no se intenta regular la invención y el desarrollo. Se regula lo que es imprescindible para que las cosas funcionen sin interferencias de unas con otras. Los estándares no salen de la cabeza de funcionarios, sino que los productores los preparan para de mutuo acuerdo observarlos y hacer que las cosas funcionen mejor, para que unos aparatos puedan interconectarse con otros, para que todos podamos leer los “files” que los demás producen electrónicamente.
La ausencia de interferencia gubernamental con el Internet, por ejemplo, ha sido una batalla que todavía tenemos que librar a diario, contra burócratas y otros ciudadanos acostumbrados a que los regulen porque se sienten más “protegidos”. No se pagan impuestos sobre las transacciones (aunque algunos Estados han impuesto ciertos “taxes” basados en las direcciones físicas de los actores de esas transacciones) y la extrema movilidad de esos actores en ese medio ha dificultado otros intentos. Cierto es que hay problemas, nacidos de esa ausencia de controles. Pero no se puede matar las iniciativas de millones y los resultados y el progreso de millones para evitar que algunos sinvergüenzas se manifiesten. Equivaldría a condenar a millones de inocentes para condenar a unos pocos culpables. La propia industria ha creado auto-regulaciones para hacer más expedito el control natural y no el impuesto desde arriba.
La “globalización” es precisamente la descendiente orgánica de la tecnología. El impetuosísimo desarrollo de ese proceso también le ha hecho más difícil la tarea a los “controladores” lo que ha retro-alimentado la libertad tecnológica, gerencial y comercial inherente a ese progreso.
Por supuesto que los dictadores, las tiranías y los que abogan por la limitación de las libertades económicas y empresariales están en desacuerdo con eso. Pero, ¿por qué no han podido “ponerle una camisa de fuerza” a ese proceso? Quizás porque la rapidez y relampagueante manera de desarrollarse de todo ese mundo no les ha permitido regularlo ya que a cada intento surge un nuevo método, una nueva tecnología más complicada y difícil de controlar y regular.
Pero, no es nuestro propósito averiguar el por qué ha sido siempre vencedora la libertad. Nuestra intención es poner de manifiesto la extraordinaria salud de esa llamada “nueva economía”, y cómo una buena cantidad de países de Asia que adoptaron esas políticas de libertad económica han despegado a velocidades insospechadas e impensadas por el mundo hace sólo un par de décadas. Y la lástima que nos produce que todavía en nuestro continente sigamos construyendo el “subdesarrollo” ahora rebautizado como “del siglo XXI”. La frustración que genera pensar en los millones de seres humanos condenados a seguir viviendo en la miseria, en la falta de oportunidades y en la incertidumbre para que sus “líderes” sientan satisfechos sus egos personales.
La libertad económica, empresarial, comercial e individual genera un progreso económico y social que no conoce fronteras ni tiene límites. Los modernos libertadores son quiénes crean el marco jurídico apropiado para ejercer esas libertades. Los que las recortan y limitan no son otra cosa que tiranos disfrazados de libertadores. No es cuestión de etiquetas. Es cuestión de realidades.