El presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, republicano por Ohio, espera para saludar a los miembros del nuevo 113 Congreso, el jueves pasado en el Capitolio de Washington, unos días después de las negociaciones sobre el precipicio fiscal.
J. Scott Applewhite / AP
Armando González
Después de varias semanas negociando contra el reloj, el presidente Obama y el líder republicano de la Cámara, John Boehner, llegaron a un acuerdo del cual ninguno de los dos se debe sentir orgulloso pero, al menos, pospuso temporalmente el desastre económico que aún puede tener lugar en los próximos meses.
El acuerdo quizás podría describirse como la opción menos mala, pero no como una buena solución para el enorme problema fiscal que enfrenta la nación como resultado de una política económica desastrosa del gobierno federal que no parece deseoso, o es quizás incapaz, de tomar las riendas y controlar el irresponsable gasto federal que esta llevando al país, paso a paso, por el mismo sendero desastroso por el que transitan los países europeos.
Tratando de extraer optimismo de un cuadro deprimente, al extender las rebajas de impuestos hasta un nivel de ingresos de $450,000 anuales, limitar los impuestos sobre ganancias de capital y dividendos a 20 por ciento y también limitar los impuestos de herencia a 40 por ciento con una excepción de hasta $5 millones, posiblemente se evite otra recesión, pero el resto no es de celebrar.
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