Escrito por Alvaro Vargas Llosa
Washington, DC—Hemos oído a los principales líderes rechazar la noción de que el proteccionismo sería la respuesta adecuada a la debacle de 2007/2008. Y sin embargo los signos son inconfundibles: estamos ingresando a una era de proteccionismo que no dice su nombre.
El gobierno canadiense, supuestamente partidario del “laissez faire”, ha prohibido la compra de Potash Corp., la empresa basada en Saskatchewan, por parte de BHP Billiton, el gigante de los recursos naturales de origen australiano. China ha detenido los embarques de metales “rare earth” (una colección de 17 minerales utilizados para la fabricación de diversos productos de alta demanda) a Japón. Pero estas y otras formas de proteccionismo abierto palidecen en comparación con la decisión de la Reserva Federal norteamericana de bombear otros 600 mil millones de dólares a la economía mediante la adquisición de bonos del Tesoro.
Estados Unidos está haciendo lo que hacen todos los gobiernos proteccionistas: tratar de volverse competitivo devaluando la moneda, mecanismo perverso para hacer que lo que ingresa sea artificialmente caro y lo que sale artificialmente barato.
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