CARLOS ALBERTO MONTANER
Hace exactamente medio siglo el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez escapó precipitadamente al extranjero. Lo derrocaron otros militares tras varias semanas de disturbios populares. El episodio no era sorprendente. La historia política de Venezuela, hasta ese momento, había sido una lamentable sucesión de liderazgos violentos impuestos a punta de pistola. El país, aunque nominalmente era una república, no había conseguido organizar la transmisión de la autoridad civilizadamente y con arreglo a la ley. No mandaban los ciudadanos, como se supone que ocurre en las repúblicas, sino los espadones. No obstante, gracias a los ingresos petroleros, había logrado prosperar progresivamente hasta colocarse entre las seis naciones más ricas de América Latina.
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