Notas del editor
Alexis Ortiz.
Indignados y capitalismo popular
Es cierto que entre los indignados (Madrid, El Cairo, Roma, Tel Aviv, Nueva York, Santiago de Chile, Miami…) no faltan los protestadores profesionales, ni los iracundos que no conocen ni los motivos ni el propósito de su enojo, ni los que han convertido la protesta en un carnaval, en un baile de disfraces, para complacer a unos medios de comunicación ávidos de escándalos ni, en fin, los que como la hermosa Camila Vallejo, caudillo de los estudiantes chilenos, desde su alma comunista sueñen con un espectral “asalto al Palacio de Invierno” para ver despedazado al “sistema opresor¨.
Tampoco es mentira que en la rivalidad histórica entre las versiones radicales del socialismo (soviético, cubano, coreano…) y el capitalismo democrático, este último salió victorioso, como quedó demostrado en 1989 con la caída del ominoso Muro de Berlín.
Y si el comunismo produjo siempre ruinas económicas, políticas y morales, el capitalismo practicado lealmente condujo al crecimiento de las naciones y la innovación tecnológica. Todo eso es verdad, pero vamos a dejarnos de pendejadas, estamos viviendo un momento transicional del sistema que obliga, como en el ritual católico, a un examen de conciencia, confesión de los pecados, propósito de enmienda y, ¿por qué, no?: penitencia.
Es con ese espíritu autocrítico que debemos revisar el capitalismo en estos tiempos globalizados. Si este es el sistema de la libertad política, hay que garantizar que se cumpla la participación ciudadana y se respeten los derechos humanos. Evitar que los países democráticos, por astucia y codicia, cierren los ojos ante los atropellos contra sus indignados que a diario se perpetran en países como China, Irán, Zimbabwe, Bielorrusia, Rusia, Yemén, Arabia Saudita, Corea del norte, Cuba y los del Socialismo del siglo XXI (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua).
Y si es el modelo de la libertad económica y la libre competencia, hay que respetar entonces al mercado, no proteger a las corporaciones desalmadas, que como se ha dicho, “quieren socializar sus pérdidas y privatizar sus ganancias”. Si un negocio por su ineficacia quiebra, no conviene su rescate por el estado, es decir por el dinero de todos los que trabajan. Eso tiene que ser igual para un hotel de dos estrellas que para la General Motors.
Y el capitalismo popular, como con tino y gracia lo llama la diputada venezolana María Corina Machado, si seriamente cree en una sociedad de propietarios y consumidores, tiene que desarrollar un sentido de solidaridad, que le permita a los preteridos conseguir un espacio de calidad de vida en la democracia.
Con hambre y corrupción conceptos como libertad, democracia, ética, se pierden en la desesperanza. Los jóvenes se precipitan a un conflictivismo sin destino. Nada parece tener sentido.
Por eso es importante garantizar que todos se eduquen para la libre competencia, que haya planes de ayuda para los rezagados, pero sobre todo, que la gente pueda tener un trabajo con remuneración justa, para impedir que terminen como mendigos del estado.
No podemos despachar las manifestaciones de los indignados con las misma rabia con que ellos se consumen, no. Es una oportunidad de reflexión para que el capitalismo no pierda su condición de vanguardia de la humanidad en este momento de la historia.
alexis@elpolitico.com