miércoles, 16 de junio de 2010

Teoría del antisemitismo

Carlos Alberto Montaner

En la Universidad Autónoma de Madrid estuvieron a punto de linchar a dos israelíes que habían sido invitados a participar de un debate. Tuvieron que salir escoltados por la policía mientras una turba golpeaba el coche en que los trasladaban. Otra de las universidades está muy preocupada porque un tercio de los invitados a presentar ponencias en un congreso internacional de Matemáticas tiene apellidos judíos. Temen que haya protestas. Los organizadores del desfile anual de orgullo gay en Madrid, una fiesta europea muy vistosa y alegre, este año excluyeron a la delegación israelí. Es más fuerte el antiisraelismo, disfraz progre del antisemitismo, que la natural empatía de los gay españoles con los hebreos, pese a que comparten las mismas preferencias sexuales y los mismos enemigos homófobos.
¿Qué sucede? Ocurre algo que ha perseguido fatalmente al pueblo judío desde hace dos mil años: ciertos poderosos grupos sociales toman a los judíos como un instrumento para expresar rápidamente la identidad con la que quieren ser conocidos. Hoy la izquierda, la mal llamada ``progresía'' --gentes que, paradójicamente, admiran el modelo de desarrollo de los pueblos que menos progresan--, se sirve del antiisraelismo como una seña de identidad que le ahorra el trabajo de elaborar un discurso político y social complejo. Basta enroscarse al cuello una bufanda palestina y gritar consignas contra Israel para que la prensa, los vecinos, las muchachas del barrio, los amigos y enemigos, sepan que se trata de un progre que suscribe el ideario de la izquierda, preocupado por el destino glorioso de la humanidad. El antiisraelismo-antisemitismo es, pues, una señal, un póster, un tatuaje, una declaración sin apelativos, un sucedáneo homeopático de la ideología.

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